domingo, 25 de abril de 2010

Viena. Conocimos la capital de la música.

Después de nuestro último viaje al vecino Marruecos, surgió la oportunidad de visitar también en plan fin de semana la capital del antiguo Imperio Austrohúngaro. Para ello elegimos las fechas de la incipiente primavera, tras la Semana Santa y en la segunda quincena de abril. Nada me hizo pensar allá por el mes de enero en que la erupción de un volcán en Islandia nos iba a tener en la duda de si realizaríamos al fin el viaje o tendríamos que posponerlo para mejor ocasión.
El caso es que apenas 24 horas antes de la partida, se despejó la situación y el espacio aéreo europeo volvía a la normalidad y cuando eran las 17:30 del jueves 22 de abril despegábamos del aeropuerto de Alicante rumbo a Bratislava, capital de Eslovaquia, y punto intermedio del camino a Viena, nuestro destino final.

Karlskirche

El hotel que habíamos elegido, se encuentra a unas 6 – 8 paradas de metro del centro neurálgico de la ciudad. Se trata de un establecimiento de 3 estrellas sencillo y de habitaciones pequeñas pero muy nuevo, y escrupulosamente limpio. En los alrededores teníamos muy variados comercios y establecimientos de hostelería que cubrieron todas nuestras necesidades y la estación de metro a un paso.




Estación Alserstrasse


Así es como desde esta base comenzamos el viernes por la mañana nuestra exploración de la ciudad visitando en primer lugar el palacio de verano de la Familia Imperial, el Schönbrunn con sus imponentes jardines situado en las afueras de la ciudad. Lástima que aun no estaba plantada la totalidad de la jardinería de primavera. De hecho este día hacía un frío absolutamente invernal y los chaquetones no nos pesaban en absoluto.

Schönbrunn

Jardines del palacio Schönbrunn

Glorieta

Desde aquí nos dirigimos al palacio de Belvedere, donde también disfrutamos de los jardines y de las fuentes que rodean ambos palacios, el superior y el inferior. Así como el señorial barrio que se sitúa junto a los palacios, donde entre otras muchas se encuentra la embajada española.

Belvedere superior

Jardines del Belvedere

Jardines del Belvedere

Belvedere inferior

Curioso el aprovechamiento que hacen los austriacos de determinados artículos, como es el caso de los tranvías, y las estaciones de metro, los cuales aunque perfectamente adaptados a las necesidades de hoy día, cargan décadas a sus espaldas.
Tranvia a Grinzing


Estación de metro


Enumerar todos los monumentos, iglesias y palacios que visitamos sería largo, y se resume en todo lo visitable de esta ciudad exquisitamente limpia, plagada de tabernas donde degustar su gastronomía y su amplia variedad de cervezas. Multitud de kioskos de salchichas y kebabs. Ambiente relativamente cosmopolita. aunque nada comparable con Londres.


El Parlamento de estilo griego


Votivkirche. Iglesia neogótica.
De locura son sus pastelerías y las chocolaterías, que abundan en cada esquina plagadas de tartas, dulces y chocolates hasta marearte. Una auténtica experiencia el mercado del Naschmarkt, en donde lo más exótico en frutas o verduras lo encuentras rápidamente a la mano. Pese a la presión turística aun conserva gran parte de su encanto. Gran profusión de establecimientos de verdura, especias, comidas preparadas, ect. Y para concluir y al ser sábado un rastro de antigüedades que se instala a continuación del mercado propiamente dicho.
Las tabernas son otro atractivo urbano importante, ya que junto con los cafés (mucho mas exclusivos) , constituyen el centro de la vida social del vienes, y donde los podrás encontrar en su salsa. Similares a los pubs londinenses ofrecen variedad de cervezas y comidas tradicionales, empezando por el goulash, las salchichas vienesas el schnitzel Un simple filete de vacuno rebozado) y las carnes asadas o ahumadas que se prodigan por toda Viena. De los postres no habría forma de acabar. Lo más famoso, la tarta sachertorte, y el apfelstrudel


Naschmarkt

Naschmarkt
Naschmarkt
Pasaje con tabernas
Café Altwien en Backerstrasse
Encantador el paseo en tranvía por el ring. El anillo de avenidas que circunvala el casco histórico y en cuyos márgenes encontramos una sucesión interminable de maravillosos, museos, iglesias y edificios civiles. El palacio de invierno (Hofburg), el parlamento, los museos, el nuevo ayuntamiento, la iglesia votiva (Votivkirche), la karlsplazt, la Karlskirche (impresionante iglesia barroca), el monumento a la liberación, la ópera, la secesión…
El Graben es el centro neuralgico de la urbe. Cerrada por uno de sus extremos por la catedral (Stephansdom) y rodeado de calles peatonales, el barrio judío al norte y las calles con las mas exclusivas y caras tiendas de los diseñadores internacionales al sur. A recordar el rato que pasamos en el café de la Opera tras comer unos bocadillos de carne ahumada en los jardines de la puerta regados con abundante cerveza, la comida en una taberna del Naschmarkt a base de goulash, y unas albondigas de carne envuelta en masa de patata y como no mucha cerveza charlando animadamente con un vienes que nos recomendo un local junto a la catedral ql que posteriormente le hicimos los honores constituyendo otro agradable rato

Grabenstrasse
De la noche poco podemos decir, ya que llegábamos casi exhaustos al atardecer y ya después de cenar lo que apetecía a lo sumo era una última cerveza y a descansar. Solamente una noche nos acercamos al centro a ver los edificios iluminados, aunque nos podíamos haber evitado el viaje, ya que salvo el ayuntamiento y el edificio semiciruclar del palacio de invierno todos los edificios están prácticamente a oscuras y las calles en penumbra débilmente iluminadas por tubos fluorescentes colgados de las fachadas de las casas mediante cables de acero.

El domingo, lo aprovechamos muy bien ya que paseamos junto al Danubio, vimos el palacio de Invierno, precisamente este día en que los termómetros rebasaron de largo los 20 grados. Paseamos por el centro. Comimos en el café Altwien en Backerstrasse y nos trasegamos un gigantesco helado en la heladería Zanoni.
Lo que no recomendamos en absoluto es el barrio de Grinzing. Un bario atestado de tabernas que en su origen debió de ser algo bonito, pero que ahora no es mas que una sucesión de garitos para guiris donde lo único que te puede suceder es lo que nos pasó a nosotros; cenar oyendo el “que viva España” al violín, coreado por un numeroso grupo de españoles.



Volvimos el domingo por la tarde vía Bratislava, a donde llegamos en un tren de cercanías carísimo, mucho mas caro que el transporte turístico que la propia compañía aérea dispone para los traslados entre el aeropuerto y Viena. Pero que nos permitió atisbar levemente la capital eslovaca a través de los cristales del tren y luego del urbano y los fuertes contrastes económicos con la vecina Austria
Ha sido en fin, un viaje encantador, cómodo, y culturalmente edificante. Hemos conocido una mentalidad que siendo europea es tan distinta a la nuestra que nos cuesta trabajo asimilar. No hemos tenido gran contacto con la población autóctona, debido en parte a los problemas de idioma, ya que aunque allí casi todo el mundo habla ingles, los que no lo hablamos apenas somos nosotros. No obstante hemos conseguido entendernos en lo esencial e incluso mantener alguna conversación en condiciones con algún austriaco.