1 y 2 de diciembre. De Cartagena a Ponferrada y de allí a Pereje.
El reloj de la
estación marca las 15:55 y el tren comienza lentamente a moverse. En el andén
quedan las figuras cada vez más pequeñas de las personas queridas. No es mal
comienzo que sean tres.
El tren marcha
suavemente hacia la meseta y el viajero, que hace un rato no era viajero lee la
prensa y toma cerveza fría en el coche cafetería mientras el paisaje avanza
hacia la noche.
En la fría y
desangelada estación de Chamartín empiezan los nervios mientras sentado en un
banco da cuenta de un buen bocadillo de chorizo ibérico que ha perfumado de
especias y ajo su mochila. Es una aventura incierta la que se ofrece en el
horizonte y el estómago lo acusa con una suave molestia mientras el viajero se
dirige sintiendo pesada la mochila, al andén donde esta estacionada la
composición nocturna que le trasladará lentamente hacia frías tierras del
Bierzo.
Son las cinco menos
veinte cuando un tren se detiene en una solitaria y fría, muy fría, estación.
Baja un viajero, el tren espera la señal del factor y reanuda la marcha
entrando en el túnel de la noche castellana. El viajero, queda completamente
solo, y sólo, comienza su caminata atravesando la desierta ciudad de Ponferrada
en dirección al norte para tras rodear la zona industrial y ya siempre hacia
poniente, sumirse en la oscuridad camino de su destino en la sola compañía de
dos zorros que le cruzan la derrota en pos de comida.
Andenes vacíos en Ponferrada
Dos horas habrá de caminar antes de encontrar donde templar el cuerpo con un humeante café después de haber perdido las primeras gafas, que no serán las últimas.
Amanece sobre el Bierzo leonés y el viajero va dejando atrás los pueblecitos encadenados que pisa desde la madrugada y se interna en los campos de vides y parras que ondulados se abren a su camino.
Cumbres nevadas sobre el Bierzo
Cursos de agua atraviesan el Bierzo
No deja el viajero Cacabelos sin que una sexagenaria mujer le desee con entonación cadenciosa, “buen camino”, desde la ventana, mientras recoge la ventilada alfombra. Luego vendrán muchos otros, pero ella ha sido la primera.
Continúa la mañana y el sol que busca la izquierda del caminante calienta débilmente su paso, abriéndose camino, contra pronóstico, entre las espesas nubes bañando el ondulado paisaje cubierto de cepas rojizas por el otoño.
Cepas
Villafranca del Bierzo
Villafranca del Bierzo
De camino a Pereje
Pereje
El viajero está cansado, pero contento de cómo ha ido el día, ahora se apresta a calentar el cuerpo y descansar la mente en la pequeña aldea, todavía leonesa, mientras nieva en el puerto gallego que mañana ha de remontar.
Albergue de Pereje
3 de diciembre De
Pereje a O Cebreiro
Desde las 20:30
horas de ayer está el viajero en la cama y durmiendo mientras un ardiente caldo
gallego reposa en su estómago. De eso ya hace casi 9 horas y la noche mas
oscura reina en el Bierzo, cuando sale por la puerta para sumirse en ella
camino de las altas cotas de el Cebrero. Dura, muy dura es la jornada que le
espera, pero el sueño ha hecho su trabajo, y aunque siente dolidos los píes,
afronta con ánimo el reto.
Por delante varios
kilómetros de camino junto a la carretera, en profundo silencio solo roto por
los vehículos que a intervalos circulan por la autovía que vuela sobre el
camino. Impactantes los sonidos de los motores o las vibraciones de los
pilares, espectrales los reflejos que a cada tanto vuelcan sobre él las
espaciadas luces de la instalación viaria.
El rio Valcarce, mientras, discurre paralelo en dirección contraria camino de Villafranca.
El rio Valcarce, mientras, discurre paralelo en dirección contraria camino de Villafranca.
El amanecer lo
sorprende atravesando el, como tantos, espectral pueblo de Trabadelo mientras
el viajero, al que no le gusta andar por asfalto continúa su aproximación a
Herrerías al píe del puerto.
Bajo la autopista
Color y niebla
Tras abandonar la última aldea nombrada comienza el viajero la dura y solitaria ascensión atravesando el bosque por el camino toscamente pavimentado de grandes piedras y dulcemente tapizado de hojas, secas por el otoño, de roble, de castaño y de nogal. Dura se hace la subida y aunque tras La Faba , pequeña aldea que ni esconde ni lo intenta, su ancestral economía ganadera, ésta se suaviza, las fuerzas ya van marcadas al entrar en Galicia y dejar definitivamente tierras castellanas, rodeado de nieve y con el caserío de O Cebreiro casi a la vista.
Empieza el ascenso
Se mueve el viajero ya penosamente superada la cota de los 1100 metros acompañado por primera vez de otros caminantes españoles, argentinos y hasta una coreana.
Son pallozas, viviendas celtas, las que entre la niebla aparecen señalando junta a la iglesia de Santa María la Real , las que aparecen entre la niebla señalando el fin de la caminata del día junto a un viño do pais, chorizo y lacón en una de las tabernas del caserío.
Duro el camino
En Lugo
O Cebreiro
La niebla atenaza la tarde e impide la visión de los valles. La nieve se derrite en los tejados mientras la noche se va imponiendo sin dificultad sobre la antigua aldea, hoy volcada en los peregrinos del camino y en el turismo que por la carretera llega.
El viajero reposa junto al fuego de la chimenea en charla animada con la patrona desocupada hoy, porque en su local no se ve el futbol.
Palloza
4 de diciembre. De O Cebreiro a Triacastela..
Esta noche el viajero no ha descansado tan bien como ayer en el cuidado albergue de montaña, no obstante son las 7:45 cuando coge su mochila, y comienza la caminata. Noche cerrada, llovizna continua y las luces como luciérnagas de las diseminadas aldeas del valle. El termómetro, perezoso, no se ha movido del cero y poco se moverá mientras el viajero se mantenga por encima de los mil metros de altitud.
Esta noche el viajero no ha descansado tan bien como ayer en el cuidado albergue de montaña, no obstante son las 7:45 cuando coge su mochila, y comienza la caminata. Noche cerrada, llovizna continua y las luces como luciérnagas de las diseminadas aldeas del valle. El termómetro, perezoso, no se ha movido del cero y poco se moverá mientras el viajero se mantenga por encima de los mil metros de altitud.
Hoy, jornada de perfil cómodo, no lo será tanto por la dura climatología que espera al viajero que supera el alto de San Roque saludando la áspera presencia del monumento al peregrino.
Alto de San Roque 1270 m.
Mucho frío dice la vieja del bar que remata el alto del Poio, mientras sirve empanada y se calienta unas sopas de leche que tomará junto al hogar. Un frío de aupa, insiste. Y sí, mucho frío en el techo del viaje y agua y niebla, y viento y otros viajeros ocultos bajo las capas y el ganado a cubierto, y barro, mucho barro y estiércol, mucho estiércol.
Días de diciembre, días de matanza
Comienza el viajero el descenso y se suceden las aldeas, todas igueales, todas desiertas, todas silenciosas. Un gato, el tintineo de un cencerro o el cansino andar del aciano perro empapado de agua y suciedad.
El viajero comparte trecho con otro que se dice de Madrid pero la charla insulsa le aburre, por lo que aprovecha el paso junto a un bar curiosamente abierto, cierra hoy mismo por vacaciones, para desear buen camino y pedir una refrescante cerveza… o tal vez dos.
Triacastela
Descendiendo todo lo ascendido aparece Triacastela, la de los tres castros, el descanso, el calor, el caldito, las truchitas, el pulpo, la iglesia con cementerio adosado y la espera del día siguiente.
5 de diciembre De Triacastela a Ferreiros
Son las siete y diez de la mañana y el viajero va a estar nueve horas y media caminando, llueve, como siempre y hace algo de viento, por lo que se prepara antes de salir a la noche. Deja atrás las luces de la durmiente Triacastela y se sume en la mas profunda oscuridad del bosque, ya que aunque debe haber luna, esta tras la espesa capa de nubes. El viajero no se impresiona, le gusta la noche, sus ojos se acostumbran y apenas necesita la linterna salvo en alguna bifurcación o para iluminar periódicamente el camino y comprobarlo libre de obstáculos. Este viajero tampoco se quiere poner medallas que no le corresponden, ya que además de sus ojos y la linterna se ayuda con un GPS de última generación que confirma la ruta en cada momento en que lo necesita. Al fin y al cabo, estamos en el siglo XXI.
6 de diciembre. De Ferreiros a Palas de Rei
Hoy el viajero se levanta mas tarde, aunque sigue siendo el primero. Ya ha cogido habilidad y lo hace sin apenas hacer ruido y molestar a los demás. Se asoma a la ventana y como cada día un fino orballo cae a trasluz de la farola, aunque precisamente será el día mas seco de todos.
Uno que es de Brasil pero que lleva 20 años en Las Rozas, que no en Madrid, se queda en el albergue que hay a la entrada a Palas de Rei pero el viajero no tiene gafas y entra en el pueblo y en el pueblo compra gafas.
5 de diciembre De Triacastela a Ferreiros
Son las siete y diez de la mañana y el viajero va a estar nueve horas y media caminando, llueve, como siempre y hace algo de viento, por lo que se prepara antes de salir a la noche. Deja atrás las luces de la durmiente Triacastela y se sume en la mas profunda oscuridad del bosque, ya que aunque debe haber luna, esta tras la espesa capa de nubes. El viajero no se impresiona, le gusta la noche, sus ojos se acostumbran y apenas necesita la linterna salvo en alguna bifurcación o para iluminar periódicamente el camino y comprobarlo libre de obstáculos. Este viajero tampoco se quiere poner medallas que no le corresponden, ya que además de sus ojos y la linterna se ayuda con un GPS de última generación que confirma la ruta en cada momento en que lo necesita. Al fin y al cabo, estamos en el siglo XXI.
Auténticamente
espectral el paso por las sucesivas aldeas casi ocultas por el arbolado y
señaladas en la distancia por alguna farola aislada lo llevan al filo del
amanecer a Xan Xil.
Silenciosas aldeas
ganaderas, niebla, castaños, robles, niebla, lluvia. No será hasta las once de
la mañana cuando el viajero se encuentre
con alguien en un bar en el que descansa momentáneamente con un café entre las
manos.
Poco después entra en Sarria, en donde compra chorizo, pan, sopa y sale siguiendo las vías del tren mientras el paisaje cambia drásticamente, las suaves lomas tapizadas de verde prado sustituyen a la agreste y boscosa montaña. Viviendas unifamiliares de porte mas moderno por los embarrados emplazamientos donde ganado y personas comparten el hábitat en apretada intimidad.
La jornada se alarga e incluso el sol acompaña algunos minutos al viajero, alternándose con una brusquedad casi cruel con las nubes y una fina llovizna.
De forma progresiva, casi sin darse cuenta, se introduce el caminante de nuevo en la Galicia mas rural en la que las mujeres, que siempre visten un baby de cuadritos, casi siempre azules y blancos, le hablan en gallego, no por descortesía, sino porque apenas hablan castellano y llegará por fin bajo una no tan fina lluvia a la aldea de Ferreiros.
El Km. 100
La hospitalera dice que hay dos bares y en uno se come mejor que en el otro, uno de Pontevedra dice lo mismo y al final acabo con el cuerpo molido cenando callos con garbanzos con varios de Pontevedra, con uno de Brasil que lleva 20 años en España, con uno del mismo Bilbao que cuando está cansado coge un autobus y con uno calvo que sabe mucho de viajes.
Ferreiros
Portomarín
Hoy el viajero se levanta mas tarde, aunque sigue siendo el primero. Ya ha cogido habilidad y lo hace sin apenas hacer ruido y molestar a los demás. Se asoma a la ventana y como cada día un fino orballo cae a trasluz de la farola, aunque precisamente será el día mas seco de todos.
Amanece sobre los prados gallegos
La soledad vuelve a ser su única
compañera ya que caminará mas de 20
km . antes de encontrar donde tomar un café, en una
jornada que no será la mejor, ya que salvo los primeros 10 km . que finiquita el Miño
el resto del camino será muy monótono. El viajero va cantando, escuchando el
fantasma de Canterville leído por Alba de “albalearning.com”. Además perderá
las segundas gafas.
El viajero no camina rápido, de
hecho, camina despacio, despacio y sólo, solo y con Paul, el dichoso belga
sexagenario que por las mañanas queda en la cama y ya con hoy es el segundo día
que adelanta al viajero que llega a sentir impulsos asesinos, bordón en mano.
Uno que es de Brasil pero que lleva 20 años en Las Rozas, que no en Madrid, se queda en el albergue que hay a la entrada a Palas de Rei pero el viajero no tiene gafas y entra en el pueblo y en el pueblo compra gafas.
Un baño relajante no es
suficiente para los músculos doloridos, solo la cama puede.
7 de diciembre De Palas de Rei a
Arzúa.
Abrimos a las 7, y a las 7:05 el
caminante pasa bajo la persiana aun a medio subir exigiendo café. El primer día
que saldrá a los caminos desayunado porque uno de Bilbao y del Athletic
le hace una gran tostada.
Minutos después en la puerta
trasera del horno, cubierta de harina y aroma, compra pan recién hecho y se
dirige a la noche.
Atrás va quedando la Galicia ganadera y
cubierta de estiércol y aparecen bonitas aldeas, mas cuidadas y limpias donde
una mujer le da agua a través de la ventana y le indica el buen camino. Horreos
y cruceiros, cabazas de palos trenzados
y techos de paja donde se seca el maíz, bosques de eucaliptos, robles y
castaños, y ríos, uno tras otra que en un sube y baja interminable se le ponen
delante, y luego detrás.
Puentes, ríos y arroyos
Matanza en Melide
Cabazo e iglesia prerrománica en Leboreriro
Otro puente más
Guerra psicológica
¿Unas setas?
Hoy el viajero camina mejor, sufre menos, el cuerpo se le acostumbra, el ibuprofeno ayuda, y así pasa Melide y llega Arzúa. El caminante come en el flamante albergue, esta vez privado, sopa de sobre con chorizo y curry. “Ahí es na”.
Un albergue para uno
La inédita sensación de
encontrarse bien, le lleva a recorrer Arzúa, hacer compras y buscar donde
cenar, cosa que finalmente hace tras encontrar a otros caminantes con los que
ya ha compartido mesa y mantel.
Un grupo de viajeros
8 de diciembre. De Arzúa a…
¿Pedrouzo? ¿Monte do Gozo?
El viajero no ha descansado bien
pese a estar completamente solo en el dormitorio del albergue. Además duda,
duda sobre que hacer, duda si partir la distancia al fin de su viaje en dos
jornadas equivalentes deteniéndose en Pedrouzo o hacerlo en Monte do Gozo, ya
junto a Santiago. Sabe que si se levanta temprano no parará a las 12 aunque no
se lo reconoce ni a sí mismo. Hace frío, ya es la segunda noche que le cortan
la calefacción de madrugada. Se enfada.
A las siete está andando. Sabe
que llegara al monte, pero a nadie se lo confesaría.
Arzúa queda atrás y se pierde en
oscuros bosques en los cuales ya han ganado la batalla los eucaliptos a los
castaños. La Galicia
rural que tanto le ha impresionado en su caminar, cada vez se vuelve mas
esquiva y el acre olor a orina y excremento se va diluyendo.
Sigue atravesando
arroyos, orillando prados y tunelando arboledas. Ha de esperar a Empalme para
tomar café, olvida el bastón y ha de volver a su rescate. Pedrouzo se dibuja a
su izquierda y él despectivo toma a la derecha. Todo va a terminar cuando al
poco de entrar en el concello de Santiago un Ryanair le sobrevuela en demanda
de la pista de aterrizaje. Él come, come carne ahumada, queso de Arzúa,
embutido y pan. Cruza el arrollo de Lavacolla aunque no se lava. El paisaje ya
no es el mismo, él tampoco. Vuelve a sentir pesados los pies, come higos secos.
Entrando en Santiago de Compostela
Sube el monte do Gozo, pero no
solo, la lluvia, fina lluvia gallega vuelve a acompañarle, no quiere
abandonarle el último día de caminata y lo empapa por última vez antes de
llegar cansado, muy cansado al mastodóntico albergue.
9 de diciembre. Del Monte o Gozo
a Santiago de Compostela.
El viajero se encuentra sentado
en el casino de Santiago de Compostela. Maderas nobles, tallas, piano y un árbol
de Navidad, aunque no es Navidad, le rodean. Botas limpias y camareros de negro
con corbata. El viajero está relajado. Entró en la ciudad de mañana con su
inseparable orbillo. Caminaba despacio, a ratos muy despacio, estaba
descansado, 11 horas de sueño le acreditaban para ello, no tenía prisa mientras
atravesaba los barrios y se acercaba a su destino.
Todo tiene final, y su viaje
también. Aun se cruzará con el que vino de Corea a seguir a una alemana en post
de Compostela, aun se cruzará con unos de Pontevedra que ya no llevan tanta
algarabía pues ya han encontrado a sus mujeres, aun comerá con uno de Brasil que
lleva 20 años aquí o con uno del mismo
Bilbao, pero la aventura ya terminó. Ya nada es igual. Unos dormirán hoy
en casa, otros seguirán a Finisterre, otros dormirán en fríos hoteles a la
espera del avión que los devolverá a lo cotidiano, ya nada es igual.
El rumor del viejo casino distrae
al viajero que a lo mejor ya no es viajero aunque el verde chillón de su
camisola de camino destaque en la sobriedad del salón. Esta ligeramente
abatido, tiene la sensación de haberse robado un día de aventura. Ahora come
mejillones.
Acaba el día en que llegó a Santiago andando desde
Ponferrada cenando empanada, hígado con cebolla y berberechos en un garito que
llaman el gato negro y tomando unas copas.
10 de diciembre. El regreso
Son casi las 9 y desde la cama el
viajero observa las torres de la
Catedral sobre el fondo de niebla que cubre los montes. Un
nuevo día, una nueva llovizna van a despedir al viajero que pasea por última
vez por la plaza del Obradoiro, visita
el museo de las peregrinaciones, compra lacón en el mercado y una torta de
Santiago para llevar como presente – lo puede usted meter en la mochila que no
le sucede nada – comente la confitera y aunque él no lo tiene muy claro le hace
caso
Ya en autobús, por primera vez
motorizado en 10 días, recorre tramos ya caminados. Otros caminantes siguen
llegando a la ciudad.
Si has llegado hasta aquí, has tenido la santa paciencia de leer este tocho, deja tu comentario y en cualquier caso: ¡Buen camino!
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